Pocas personas saben que la barbería y la odontología estuvieron unidas de la mano durante muchos años, aunque parezca una locura.
En la Edad Media, los barberos comenzaron a realizar trabajos de cirujanos y dentistas. Además del corte de pelo y el afeitado, los barberos realizaban cirugías, sangrías, ponían sanguijuelas, vendajes, enemas y sacaban dientes, lo que les valió el nombre de «cirujanos barberos”.
Todo se debe a que los médicos se negaban a hacer labores de cirugía y mucho menos de odontología. Los barberos no es que estuvieran altamente capacitados en la práctica de cirugía, pero poseían herramientas afiladas, como las hojas de afeitar, que eran necesarias para estos procedimientos. Ante la negativa de los médicos y la necesidad de los clientes, los barberos se encargaban de las tareas más sangrientas. Esto les valió a los barberos para formar un gremio reputado y con salarios muy altos.
Los barberos fueron perfeccionando sus técnicas en odontología. En el siglo XIV comenzaron a utilizar un utensilio llamado «pelícano dental» y más tarde otra herramienta conocida como «llave dental» para extraer los dientes de la boca de sus pacientes. Ambas herramientas eran similares y precursoras de los fórceps modernos. Estos barberos no eran dentistas a tiempo completo y su trabajo no consistía en ningún tipo de tratamiento ni prevención, únicamente se enfocaba en sacar cualquier diente infectado para aliviar el dolor.
Fue ya en el siglo XIX cuando los dentistas, barberos y cirujanos se separaron como profesiones. Durante algún tiempo, la cirugía fue considerada como una profesión bastante baja entre los médicos. A medida que el conocimiento de la anatomía y los procedimientos médicos se hicieron más precisos, más pacientes comenzaron a sobrevivir a cirugías cada vez más complicadas. Los barberos dejaron de realizar prácticas de cirujano poco a poco ante la falta de demanda, hasta que se desentendieron de la cirugía totalmente en 1820.
